La forma más característica y singular de la política de las masas eran
las movilizaciones y concentraciones. Eran realizadas en días fijos y en
ocasiones especiales, conservaban mucho del pathos desafiante, espontáneo y
contestatario de la movilización fundadora del peronismo, pero ritualizado y
atemperado, más en memoria y potencia que en acto. Ya no eran espontáneas sino
convocadas, con suministro de medios de transporte; ordenadas y encuadradas,
hasta incluyeron controles de asistencia. Eran jornadas festivas, despojadas
completamente de elementos de enfrentamiento real.
Las grandes concentraciones cumplían un papel fundamental en la
legitimación plebiscitaria del régimen al renovar el pacto fundador entre el
líder y el pueblo. Eran el momento privilegiado en la constitución de una
identidad, que resultaba tanto trabajadora y popular como peronista. Todo
preparaba el momento privilegiado de la recepción del discurso del líder que
incluía tanto una definición de su lugar como del de quienes lo aceptaban y aceptaban
su dirección y de los enemigos, calificados como la antipatria y de esta forma,
excluidos del sistema de convivencia.
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